El amor siempre ha sido un tema complicado en mi vida. Por que nunca supe realmente cómo darlo o peor aún, cómo recibirlo.
O lo arrojaba directo a la cara de la otra persona en forma de una dulce plasta asfixiante o lo daba en dosis tan pequeñitas que se empezaban a notar hasta años después.
Ninguna funcionó, nunca.
Siempre tuve la sensación de estar arrojando mi amor a un vacío, así fuera la manera arrebatadora o la sutil. Siempre dolía. Unas más que otras.
Todo eso hizo que me confundiera bastante o tal vez fui yo la que se confundió a propósito, no lo recuerdo. Pero fue tan raro que llegué a mentirme a mi misma y creerme en el proceso. Sí ya no puedes creer ni en ti mismo que procede? En quién confías?
Pasé varios años ocultandome mi amor por las personas, porque era más fácil creer que no existía tal sentimiento a enfrentar el vacío a dónde iba a terminar todo ése amor. Ridículo, lo sé, muy cobarde también.
Y mi punto de todo ésto es que hubo un tiempo en el que me tardé años en descubrir que estaba enamorada de alguien. Hubo otro tiempo en el que aprendí a amar a alguien con el tiempo.
Pero esta vez no existía el tiempo, no existía el vacío. Sólo existía una verdad. Sólo existía un amor y un dinosaurio.