Y un brazo cálido me rodeó. Largo, fuerte, estable. A lapsos podía (y aún puedo) sentir cómo mi figura escurridiza y moldeable se deslizaba hasta casi caer de su fuerte agarre.
Casi, pero nunca por completo, pues es de raíces profundas, sagradas; de esas que fueron reforzadas con oraciones y bendiciones, no religiosas, sólo tocadas por el único amor puro.
Mi ser, a su alrededor, es como una plaga sobre el más fuerte roble que se alza con orgullo frente al sol, con el sol, para el sol. "Yo puedo sostener, sostenerte y sostenerme" piensa él. "A ti, con solemnidad, a mi, con la fuerza de tres mil hombres".
Y así vamos. Siendo de un negro azabache que cambia a un carmín intenso a la luz del sol.